Andar en bicicleta se parece mucho a volar. Pedalear cuesta arriba es aletear para remontar vuelo y planear luego abriéndose paso a través del viento en las bajadas. ¿Hay mayor sensación de libertad que esto?
Esa es la cotidianeidad del ciclista urbano. Somos los forjadores de una utopía hecha realidad. Nuestra pequeña y modesta máquina nos traslada por nuestra voluntad misma fortaleciendo nuestro espíritu, el viaje nos despeja la mente, nos activa y nos pone en forma. La bicicleta se ríe del tránsito, le resta poder al dinero; la inversión diaria del ciclista es al legado de un ambiente más sano para los hijos e hijas del mañana. Pequeñas grandes hazañas de un valor inestimable.
Sembramos un mundo nuevo a puro pedaleo en uno que a menudo nos resulta adverso. La comodidad nos ha sumido en la degradación y el individualismo, con el automóvil como símbolo de una moneda con la cara del progreso y la cruz del desarrollo insostenible. Nos enfrentamos a la carencia y a la limitación con un transporte mayoritariamente inmerso en una economía basada en hidrocarburos que agota la capacidad de carga de nuestros ecosistemas al igual que la continuidad de este recurso no renovable.
Por fortuna tenemos el potencial tecnológico para dar batalla con energías de menor impacto ambiental y esencialmente renovables. Por desgracia, la especulación de los mercados económicos retarda esta transición a la vez que aporta mayores desigualdades a estas sociedades contemporáneas con ya demasiados excluidos sociales.
Por eso, ayer, hoy y mañana la bici seguirá existiendo como símbolo de la sustentabilidad en la que debemos erigir un mundo que cuida su presente para asegurar un futuro más próspero para la esperanza. Invertir en infraestructura ciclística es un proceso rehumanizador de las ciudades, para que las calles vuelvan a ser espacios de encuentro y no meros conductos de tránsito gris. Esto los gobiernos lo tienen que brindar, las empresas apoyar y la ciudadanía solicitar. Pedalear en una bicisenda es volver a ser niño; quienquiera que lo haya experimentado puede dar fe a estas palabras sin que pierda su sentido poético.
La bicicleta, presente desde el siglo IXX, vislumbrada siglos atrás hasta quizá por el mismo Leonardo da Vinci, hoy en los albores del Tercer Milenio, lejos de quedar relegada ante los avances tecnológicos cobra por el contrario mayor vigencia y profundidad que nunca antes en la historia. Y más allá de los avances estructurales que presenta la nueva generación de bicis, esencialmente sigue siendo la misma dinámica: esa danza sutil y equilibrada a bordo de esas dos ruedas con una cadena impulsada por dos pedales. Razón y causa al fin que nos hermana a todos los ciclistas por igual como agentes del cambio. Las cosas buenas son impermeables a la moda y a sus frenesíes temporales, las cosas necesarias transcurren y maduran con el tiempo, como los libros… como las bicicletas.
Lucas Germán Burgos
Maravilloso… una poema a la bicicleta…